I.- Visita inesperada.

Andrea entró en su apartamento de Manhattan dándole vueltas a aquel tema y a la inesperada vuelta de Vittorio. Acababa de colgar el abrigo cuando oyó pisadas acercarse. Al volverse vio a Vera, mirándola con ansiedad y el cariño de siempre lo cual lejos de tranquilizarla la alteró mucho más.

— ¿Le pasa algo a Natalie? ¿Por qué no me has llamado? —preguntó con el corazón acelerado y respirando mucho más rápido de lo normal.

—La niña está perfectamente Andrea, deja la preocupación ¡por el amor de Dios! — dijo Vera—. Además ya te he dicho que nuestra Nat es una niña fuerte. Y sabes que tengo mucha experiencia en eso de cuidar niños – señala con una sonrisa conciliadora para sus nervios.

— ¡Imposible! Natalie va a cumplir diez meses y sigo preocupándome cada minuto que estoy alejada de ella. Siempre puede haber un accidente... —como el que se había llevado a sus padres lamentablemente. No pudo evitar el sollozo que escapó de su garganta.

Vera la estrechó en un fuerte abrazo, como los que le daba desde pequeña siempre que necesita ser reconfortada.

—La angustia forma parte de la maternidad, cariño, pero juntas contribuiremos a que Natalie se convierta en una mujer tan maravillosa como su madre y como su tía. - Andrea no se resistió a esas palabras y se echó a llorar desconsolada.

Se dejó consolar por la mujer que había ocupado el lugar de su madre cuando había perdido a esta, a los trece años. Luego alzó la cabeza y trató de sonreír.

— ¿Por qué has venido con cara de preocupación? ¿Creías que era un intruso? —de pronto se puso seria—. Si alguna vez pasara, debes llamar a la policía inmediatamente - Vera alzó las manos.

—Estás paranoica. Sabes que este edificio está perfectamente protegido, además sabes que quienquiera que entre debe ser invitado —Vera calló bruscamente y se retorció las manos—. Lo que me lleva a la razón de por qué he salido a tu encuentro – expresa con nerviosismo.

— ¿Qué quieres decir? – Andrea frunce el ceño completamente descolocada por el comentario de la mujer.

— Lo que intentaba evitar era que te encontraras conmigo sin previo aviso – Andrea abrió los ojos horrorizada a la vez que se le aceleraba el corazón. Aquella voz no había dejado de resonar en su interior: Vittorio.

< ¡Maldita sea, Vittorio!>, pensó totalmente desprovista de equilibrio emocional.

Ya que se volvió bruscamente y lo vio en la puerta. Vittorio Rossi, el hombre del que había escapado hacía cuatro años con el alma y la mente destrozadas. Su mera presencia la asfixiaba. Era más alto, más ancho de hombros de lo que recordaba, más amenazador. Lentamente se aproximó a ella y Andrea sintió al instante una mezcla de sensaciones que no había pensado que fuera a volver a experimentar, pero con el tiempo, Vittorio resultaba aún más impactante.

Sus ojos de acero la inmovilizaron. Luego la recorrió de arriba abajo con la mirada, y ella lo imitó. Desde su cabello rubio a su piel cetrina, por los planos de su rostro de varonil perfección, hacia un cuerpo envuelto en un traje que parecía adaptarse a él como si se lo hubieran cosido encima. Una perfección física que ella conocía bien, pero que además iba acompañada de un carisma y un carácter con el que conquistaba a quien se acercaba a él. Era un hombre poderoso, que mandaba sobre miles de personas y cuyas decisiones podían convertirse en millones. Y por un tiempo ella había caído rendida a sus pies. Hasta que llegó un momento en el que le suplicó que la dejara marchar porque no creía tener suficiente fuerza como para irse por sí misma. Pero lo que él había hecho para torturarla y atormentarla le había hecho jurar que no caería nunca más en su trampa. Ahora, se volvían a encontrar, justo cuando ella había llegado a la convicción de que sus caminos nunca se cruzarían. Y sin embargo, allí estaba.

— ¿Qué demonios haces aquí? – fue Vera quien respondió con voz agitada.

—Cuando le he visto en la puerta, he asumido que tú le habrías dado instrucciones al conserje para que le dejara pasar —incluso Vera creía que su relación no había pasado de una serie de encuentros cuando su hermana se había casado con el mejor amigo de él—. Me hizo creer que le habías invitado, que llegaba antes de lo esperado y que no merecía la pena que te molestara llamándote al trabajo – aquejó la mujer totalmente frustrada por su confusión.

Vittorio le cortó el paso a Andrea.

—Gracias, señora McCarthy. Ahora que Andrea ha llegado, puede seguir con sus ocupaciones – dijo con toda la petulancia posible.

Andrea no daba crédito a su arrogancia. Y menos al ver a su asistente, Vera, que era una de las mujeres con más carácter que conocía, obedecía. Furiosa, se irguió y dijo:

—Ahora que he llegado, eres tú quien puede irse – el hombre esperó a que la niñera se fuera para contestar.

—Solo después de charlar contigo – señaló con toda tranquilidad, como si su presencia no abriera un hoyo negro en las emociones de ella — ¿Pasamos a la sala o prefieres otra habitación? – a Andrea le indignó que se permitiera hacer referencia a la intimidad del pasado.

—No pienso ir contigo a ninguna parte —apretó los dientes—. No sé a qué has venido, pero es demasiado tarde - el Vittorio que había conocido la habría mirado impasible.

En el tiempo que duró su relación solo había visto la indiferencia y la pasión reflejadas en su rostro; y en su último encuentro, la ira. Pero en aquel momento la miró con algo parecido a... ¿la sorpresa? Quizá le divertía que alguien se atreviera a desafiar a un dios. La chica marcó tres números en su teléfono y, manteniendo el dedo sobre el botón de llamada, dijo:

—O te vas, o llamo a la policía – advirtió al borde de la histeria.

—Cuando sepas por qué he venido, querrás que me quede —dijo él, sereno, tan seguro de si mismo como siempre, cosa que no le pareció a Andrea inusual.

—Lo dudo mucho – contraataca con la mandíbula apretada.

— ¿Por qué no me invitas a cenar? – Andrea sintió como los colores se le subían a la cara — Llevo media hora con la boca hecha agua por el aroma de lo que está cocinando la señora McCarthy – ella sacudió la cabeza, indignada con su arrogancia sin embargo mantuvo el tipo frente a semejante descaro.

—Sé que crees que todo el mundo es un peón en tu partida de ajedrez – articuló con la misma serenidad que él utilizó hace un momento aunque su pulso pugnara por asfixiarla — pero si crees que puedes jugar conmigo, es que has perdido el juicio — cuando Vittorio se quedó mirándola fijamente, en silencio, ella chasqueó los dedos ante su rostro y añadió—: Tengo mi propio papel en una partida en la que tú no tienes personaje. Ahora, márchate – dijo casi en un ladrido.

Casi pudo ver la ira que lo sacudía bajo su impenetrable armadura. De haber existido un ángel caído, habría tenido el aspecto que él presentaba en aquel momento: hermoso, siniestro y sublime, pero al mismo tiempo; tan turbador que resultaba igualmente imposible mirarlo como apartar la mirada de él. El Magnate ladeó la cabeza y chasqueó la lengua con sorna antes de decir:

— ¿Crees que después de cuatro años de separación puedes hablar así a tu adorado esposo, querida?

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