Sucesos Devastadores

Alahan se apeó del coche que le habían indicado en la comisaría que podía utilizar durante lo que durara la investigación, y observó el alto edificio que se cernía frente a él, de manera imponente.

No le agradaba la situación en la que se encontraban. La mejor amiga de su hermana estaba desaparecida, y su mejor amigo era sospechoso de ello. ¿Quién en su sano juicio querría estar en su lugar? Nadie, absolutamente nadie.

Suspirando, alzó la vista al cielo encapotado —¿cuándo dejaría de llover?— y se encaminó hacia la entrada.

Sabía dónde vivía Amelia por las veces que había enviado paquetería para su hermana con aquella dirección. No habían sido demasiadas, pero sí las suficientes como para memorizarse la calle, la numeración, el piso y el número de departamento en el que vivía la muchacha.

Una vez llegó al piso y departamento correspondiente, inspiró profundamente y llamó a la puerta.

¿Cuántas noches en vela se había imaginado trasladándose hasta allí para confesarle sus sentimientos?
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