262. SÓLO SIENDO FENICIO
Abordaron un vehículo imponente, con hombres vestidos en uniformes negros de campaña. Mía también recibió su atuendo que incluía una máscara. El corazón de Mía latía al ritmo de una marcha desconocida mientras el auto devoraba el camino hacia un destino incierto. Finalmente, se detuvieron en una explanada donde una avioneta los esperaba con las puertas abiertas al cielo.
Fenicio, con la concentración de un maestro de ajedrez, dirigía a todos mientras mantenía a Mía a su lado. A ella le envolvía un manto de terror ante lo desconocido. Luego, con manos firmes y seguras, le ajustó el arnés del paracaídas, atándola a él en un lazo que iba más allá de la seguridad física. Sin previo aviso, se lanzaron al vacío, rodeados por los demás hombres que formaron un círculo protector en el aire mientras Mía gritaba con el alma desnuda.
—¡No te va a pasar nada, amor! —trataba de calmarla Fenicio en medio de una lluvia de pétalos de rosas y globos que ascendían hacia ellos en una coreografía cel