170. UNA MUJER EN CASA
Fenicio asintió con una sonrisa al escucharla decir nuestro jefe, un poco sin aliento por el beso.
—Sí, acabo de llegar—, respondió, su voz teñida de la calidez que Mía siempre parecía evocar en él. —Y sí, todo está en orden en la casa del jefe.
Observó a Mía con una mirada suave, agradecido por la paz que ella le brindaba en medio del caos.
—Gracias, Mía—, añadió, su voz apenas un susurro. —Tu presencia aquí... significa más de lo que te imaginas.
Ella sonrió al ver su expresión de asombro, mientras servía su desayuno preferido con una precisión que dejaba en claro cuánto había llegado a conocerlo. Fenicio se sentó en el lugar que ella le había preparado, observándola con una mezcla de sorpresa y gratitud. Saboreó el café, disfrutando del amargor que tanto le gustaba, bajo la mirada complaciente de Mía.
Sin embargo, a pesar de la aparente tranquilidad, Fenicio notó que Mía se sobresaltaba cada vez que un auto pasaba o se escuchaba una sirena en la distancia. Su instinto le de