169. DECISIÓN DE ELVIRA
Con una última mirada a Fenicio y Sir Alexander, Elvira se dirigió hacia la habitación de César. Su corazón latía con fuerza en su pecho, cada latido un eco de la verdad que estaba a punto de revelar. Pero sabía que tenía que hacerlo. Por su hijo. —Déjame ayudarte, Elvi —pidió Sir Alexander.
Elvira se giró hacia él con una sonrisa triste. Levantó su mano y acarició su rostro, mientras negaba con la cabeza. Justo antes de tocar la puerta de la habitación de su hijo, se abrazó con fuerza a Sir Alexander, quien la apretó como si quisiera protegerla de lo que se avecinaba.
—Al menos déjame acompañarte, Elvi —suplicó de nuevo, sintiendo cómo ella se estremecía entre sus brazos, aterrada por lo que estaba a punto de hacer.
No es que le tuviera miedo a su hijo, no. Tenía miedo de la verdad que había ocultado toda su vida, esa verdad que le dolía más que nunca y pugnaba por salir como la lava de un volcán, apretándose en un nudo en su garganta.
—No, Ale, tú espérame aquí. —Dijo ella con