El sol apenas comenzaba a filtrarse a través de las pesadas cortinas de la habitación principal de la mansión Bourth cuando Amatista abrió los ojos. Un leve rayo iluminaba el rostro de Enzo, que dormía profundamente a su lado. La luz jugaba con sus rasgos, resaltando su expresión relajada, una que pocas veces mostraba despierto. Amatista no pudo evitar sonreír al observarlo. Había algo en la paz de esos momentos que hacía que su corazón se sintiera completo.
Con movimientos cuidadosos, extendió una mano para acariciar suavemente su rostro, trazando el contorno de su mandíbula y luego pasando sus dedos por su cabello despeinado. La calidez de su piel bajo su mano le daba una sensación de seguridad y pertenencia que no podía explicar con palabras. Finalmente, decidió levantarse para empezar el día, pero al moverse, Enzo reaccionó instintivamente. Antes de que pudiera alejarse, su brazo rodeó su cintura con firmeza, sujetándola contra él.
—¿A dónde crees que vas, gatita? —murmuró Enzo, s