La noche en la mansión Bourth era tranquila solo en apariencia. Los vastos pasillos, iluminados tenuemente por lámparas de pared, parecían contener el aire cargado de tensión que flotaba entre sus muros. Alicia, sentada en el despacho de Enzo, sostenía entre sus manos un vaso de whisky. Su mirada estaba fija en el escritorio, pero sus pensamientos se encontraban a kilómetros de distancia, en los secretos que habían resurgido y la amenaza que ahora pendía sobre la familia.
Romano. El nombre resonaba en su mente con un peso incómodo. Su lecho de muerte había traído consigo una confesión que lo cambiaba todo. Isabel, la madre de Amatista, no estaba muerta. Alicia había guardado el secreto desde entonces, esperando el momento adecuado para revelarlo. Pero con Isabel apareciendo nuevamente, sus razones eran más que cuestionables.
Un suave golpe en la puerta interrumpió sus pensamientos.
—Pase. —dijo Alicia con firmeza.
Roque, el guardia más leal de los Bourth, entró en la habitación. Su fi