—Soñé con Draven —dijo Aleckey finalmente, su voz grave, firme, sin titubeos.La sala de reuniones de la mansión era silenciosa. Apenas el crujir del fuego en la chimenea llenaba el ambiente con un eco tenue. Aleckey estaba de pie, frente al ventanal que daba al bosque, las manos detrás de la espalda, los hombros tensos como si soportara el peso de cien decisiones. A sus espaldas, los cinco betas que conformaban el círculo más cercano.Los hombres intercambiaron miradas. Era sabido que los alfas, en especial de linaje antiguo como el suyo, poseían ciertos dones vinculados al plano espiritual. No era la primera vez que Aleckey recibía una visión durante el sueño.—¿Qué viste? —preguntó Alastair, con respeto, pero sin suavidad.Aleckey se giró hacia ellos, su ojo sombrío.—Estaba encerrado… desnudo, encadenado, su cuerpo cubierto de hematomas. A su alrededor, científicos humanos, hombres con batas, luces blancas, cámaras. Lo estudiaban. Lo analizaban como si fuera una criatura salvaje.
—Tú… —dijo con un hilo de voz áspera, al mismo tiempo que sonreía de forma torcida, Calia retrocedió instintivamente, colocando una mano sobre el coche de Zadkiel.—Astrid… ¿qué haces aquí?La mujer dio un paso hacia adelante, su cuerpo temblando. Sus ojos brillaban con un resentimiento tan feroz que parecían dos brasas encendidas. Su risa, seca y quebrada, resonó en los setos, rebotando como un eco maldito.—¿Qué hago aquí? ¿Tú me lo preguntas? Después de lo que me hiciste, ¿te atreves a hablarme como si no supieras por qué vengo?—Yo… yo no te hice nada —respondió Calia, manteniendo la voz lo más firme posible, aunque el corazón le latía con fuerza en el pecho.—¡No me hiciste nada! —gritó Astrid, sacudiendo las manos—. ¡Tú robaste lo único que era mío! Me quitaste mi lugar, me lo arrebataste sin dudarlo. ¡Él era mío! ¡Era mío!Calia sintió el sudor frío en la nuca. Tragó saliva. Sus ojos buscaron los caminos del laberinto. Estaban lejos de la mansión. Muy lejos para que alguien esc
Calia abrió los ojos con lentitud, como si su cuerpo todavía no estuviera listo para regresar al mundo. Todo parecía irreal, como si caminara entre los restos de un sueño violento. La seda de las sábanas acariciaba su piel desnuda y ardida, cubierta por un leve temblor que no podía controlar. Intentó moverse, pero una punzada intensa recorrió su columna, seguida de una oleada de calor que le estremeció los músculos.—Ah… —murmuró, llevando una mano a su frente húmeda—. ¿Qué…?—Tranquila —la voz profunda y grave de Aleckey resonó a su lado, serena, controlada, como una fuerza que se mantenía en pie incluso en la tormenta.Ella giró la cabeza con esfuerzo y lo vio allí, sentado en una silla junto a la cama, con los codos apoyados en las rodillas y su ojo fijo en ella. Su rostro estaba marcado por el cansancio, pero también por un dejo de orgullo contenido. Su pupila, oscura y afilada, parecía estudiar cada movimiento suyo como si fuera la primera vez que la viera.—¿Dónde estoy…? —susur
—¿Puedes… traerme a Zadkiel? —interrogó Calia después de haber pasado varios minutos en un silencio denso.La pregunta lo sorprendió. Él bajo la vista y encontró en los ojos de ella una súplica que no necesitaba palabras, Aleckey asintió sin decir nada, se incorporó lentamente y salió de la habitación con pasos decididos.Calia se quedó sola por un breve instante, el corazón acelerado ante la idea de volver a tener a su hijo en brazos. Sintió un escalofrío de emoción y de temor ¿La sentiría diferente ahora que se había transformado? ¿La rechazaría? ¿Se asustaría de ella? esos pensamientos se desvanecieron en cuanto escuchó la puerta abrirse.Aleckey entró en silencio, y en sus brazos llevaba al pequeño, envuelto en una manta de lino blanco. Su cabeza reposaba tranquila sobre su pecho, y sus labios formaban un gesto de paz perfecta.—Aquí está —dijo el rey con voz grave, acercándose a la cama.Calia extendió los brazos con cuidado, conteniendo el temblor, Aleckey se inclinó y colocó al
El sudor le corría por la espalda a Calia mientras caía sobre una rodilla, jadeando. Sus músculos ardían, la piel le picaba con un hormigueo persistente y su loba interior, Jezebel, se revolvía, pidiendo salir. —Una vez más —ordenó la entrenadora, una loba veterana de mirada dura y voz rasposa—. No controles el cambio, luna. Déjalo fluir. Calia apretó los dientes y se incorporó con esfuerzo. La tierra bajo sus pies olía a savia, sangre antigua y humedad. Sus sentidos estaban más agudos que nunca: escuchaba el crujir de las hojas a metros de distancia, sentía el pulso de cada criatura a su alrededor… y podía oler la impaciencia de Jezebel como si tuviera vida propia. La voz antes era eso. Una simple consciencia que podía callar a su antojo, pero ahora ambas estaban vinculas al cien, como una sola. Inspiró profundo, cerró los ojos… y se dejó ir. La transformación llegó más rápido esa vez. Los huesos crujieron, la piel se rasgó, y el aire vibró con el poder de una loba blanca que eme
En el balcón del ala norte, Aleckey se mantenía de pie, las manos apoyadas en la baranda fría, con su ojo fijo en el bosque que se extendía más allá. El silencio a su alrededor era casi absoluto, salvo por los pasos tranquilos de Andras que se aproximaban desde el corredor.—¿No duermes? —preguntó el guerrero, cruzando los brazos mientras se detenía junto a él.—Tampoco tú —respondió Aleckey sin mirarlo.Ambos quedaron en silencio unos segundos, compartiendo el peso de una calma tensa. El aire olía a resina y tierra húmeda.—Calia se ha ganado a la manada —dijo Andras al cabo de un rato—. Los betas la respetan. Los jóvenes la admiran e incluso los ancianos han dejado de mirarla con recelo, y se inclinan al verla.—Lo sé —respondió Aleckey, sin desviar la mirada del bosque.—¿Y tú?El rey apretó la mandíbula. Un músculo le latía en la sien.—No es tan sencillo para mí.Andras asintió, paciente.—La viste transformarse. Sobrevivir. Proteger a tu hijo. Matar a Astrid. ¿Qué más necesitas?
El amanecer llegó suave, como un susurro entre las cortinas. Cuando Calia abrió los ojos, el primer sonido que escuchó fue el arrullo suave de su hijo, Zadkiel, de un mes apenas, estaba entre ambos, dormido aún, con los puñitos cerrados sobre el pecho.Aleckey no se había movido.Estaba tendido junto a ella, con una mano sobre el pequeño, vigilante incluso en su descanso, Calia se permitió observarlo sin interrupciones. Los rasgos fuertes del rey alfa estaban más relajados ahora, como si el simple acto de estar junto a ellos desarmara algo en su interior.—Buenos días —murmuró ella, acariciando la cabellera roja del bebé.—Buenos días —respondió él, sin abrir el ojo.Zadkiel emitió un ruidito suave y se estiró entre ambos, haciendo que sus padres se acercaran un poco más. Calia soltó una risita baja.—Está creciendo tan rápido…—Es fuerte —dijo Aleckey—. Tiene tu espíritu… y tu testarudez.—Y tu ceño fruncido cuando duerme —añadió ella.Se miraron.El instante se llenó de ternura. De
Dos meses después…—Seremos cincuenta —declaró finalmente, su voz profunda cortando el silencio como un hachazo—. Ni uno más, ni uno menos. Lo suficiente para ser una sombra y un aguijón al mismo tiempo.Un mapa extendido sobre la mesa de roble ocupaba el centro de la habitación, con piezas de obsidiana marcando posiciones estratégicas. Aleckey, de pie con los brazos cruzados, estudiaba cada rincón del papel con la mirada fija de un depredador.A su lado, Andras asentía con gravedad. Vestido con cuero oscuro, llevaba el cabello recogido en una trenza apretada y dagas enfundadas a la cintura.—Conozco el terreno, Cohen ha reforzado el flanco norte, pero el sur está expuesto. Los edificios que bordean el río no tienen defensa suficiente. Podemos entrar por allí antes del amanecer.—¿Crees que sus hombres resistirán? —preguntó Alastair, inclinado sobre el mapa con una ceja alzada. La cicatriz que cruzaba su ceja izquierda brillaba bajo la luz de las antorchas.—No resistirán —afirmó Alec