Aleckey, Asher, Calia y Luz llegaron al corazón del territorio de Dimitri. El aroma a tierra húmeda, pino quemado y sangre vieja impregnaba el aire.
En la puerta principal de la mansión, se encontraba Sitara, con su cabello oscuro trenzado cayendo sobre una capa de cuero rojo sangre, y esa sonrisa ladeada que era todo un poema de desafío y poder.
—Has tardado, Aleckey —dijo con esa voz que podía acariciar o desgarrar, según su humor—. Pensé que el rey de las nueve manadas sabría llegar más rápido a todas... o quizás —añadió con una mueca divertida— no me viste como una mujer leal.
El rey alfa no respondió enseguida. Se limitó a mirarla en silencio, como si pudiera leer directamente su alma. Sitara, lejos de achicarse, sostuvo su mirada con arrogancia feroz.
Fue Roan quien rompió la tensión. Avanzó hasta quedar frente a su amigo y, con un gesto de respeto, se inclinó levemente.
—Alfa —gruñó, su voz cargada de determinación—. Estamos listos. No habrá misericordia contra los traidores.