ARTEA:
Miraba a la hija del alfa Ridel muerta en la mesa ceremonial de los brujos y no podía creerlo. Tantos años de espera habían resultado en esto. Primero, mi padre eliminó a su Luna para que yo me convirtiera en su mujer. Sin embargo, aunque me dejó vivir en su casa, jamás me tocó ni me permitió entrar en su habitación ni en la de su hija. Por eso, papá, que era el artífice detrás de ese plan obsesionado con obtener un heredero Alfa Real, me ordenó quedarme y criar a mi hijo Arteón a su lado para casarlo con Kaela. Pero Ridel la envió lejos, donde nadie pudo encontrarla jamás, a pesar de que la buscamos, y cuando regresó, lo eliminamos ese mismo día. Intentaron hacerle creer que había sido el Alfa Kaesar. Ridel alcanzó a decirle a su hija que era una Alfa Real y pareja destinada de mi sobrino. Aunque estuvo de sirvienta de mi he
OTAR:Caminaba por el bosque, habiendo cazado un pequeño ciervo y dos conejos, lo suficiente para alimentar a mi Alfa, cuando unos aullidos llegaron a mis oídos. Me detuve para prestar atención y comprender lo que estaban diciendo. No lo podía creer: ¡estaban anunciando la muerte de los dos últimos Alfas Reales! Las voces de todos los lobos de las diferentes manadas lo celebraban. Corrí lo más que pude hasta llegar a la cueva, borrando mis huellas. Al entrar, vi a mi Alfa transformado en su lobo, Kian. —¡Eso no puede ser verdad, Otar! No esperaré un segundo más, voy a recuperar a mi Luna —dijo, con los ojos rojos y llenos de un gran miedo. —Está bien, mi Alfa, pero primero coma toda esta carne. Luego nos iremos a buscarla —le respondí, soltando todo a sus pies—. ¿Siente un gran dolor en el pecho? —No, me siento mejor y la marca también me ha dejado de doler —contestó sin dejar de pasear de un lado a otro, hasta detenerse frente a mí—. Y ahora sabemos por
KAESAR:Mi corazón dolía solo al imaginar que mi Luna había dejado de existir a manos de mi primo Arteón. Todos estos días, apenas podía mantenerme en pie y sentía el dolor de mi marca, que me decía que ella estaba siendo torturada. Hasta esta mañana, cuando dejé de sentirla y todo dolor desapareció. Ahora, esos aullidos anunciando su muerte hacían que quisiera acabar con todos. Pero no podía hacerlo sin asegurarme de que fuera cierto. Aunque mi manada hubiera desaparecido, la de ella estaba resguardada en ese lugar mágico; debía buscar la manera de hacerlos regresar, se lo debía a mi Luna.Al escuchar la sugerencia de mi Beta, dejé que Kian tomara el control y la buscamos, llamando a nuestra Luna. No nos respondió, pero sí encontramos el lugar exacto: la cueva de las ceremonias de los brujos. La había visitado con mi madre cuando er
KAELA: Papá me había obligado a volver. Después de tantos años viviendo entre humanos, lo exigió. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que me convertí en loba que ya ni siquiera recordaba cómo se sentía. Me había despojado de mi esencia con tal de cerrar las heridas. Por desgracia, jamás logré que sanaran. El camino hasta la casa estuvo marcado por el silencio. Una figura esperaba en el porche: mi madrastra Artea. De lejos, su sonrisa parecía un intento forzado de cordialidad. —Vaya, pero si no es nuestra lobita perdida —dijo, cruzando los brazos—. Pensé que llegarías antes. No respondí. No iba a darle el placer de provocar una reacción. Subí los escalones mientras ella me observaba. Sin dejar de sonreír y con el tono de quien emite una sentencia, lanzó lo que ya sospechaba: —¿Lista para casarte? ¿Te acuerdas de lo que es ser una loba? Ahí estaba el verdadero motivo por el cual mi padre había insistido tanto en que regresara. Mis dedos se crisparon, pero hice ac
KAESAR: Mi lobo, Kian, no me dio tregua durante todo el día. Desde el amanecer, se retorcía con una inquietud que no lograba descifrar. Su urgencia crecía con cada minuto, impidiéndome concentrarme, mucho menos disfrutar de la cena que me había servido. Al final, me rendí. Me transformé, dejando que Kian tomara el control. La ventisca era cruel, la nieve caía con fuerza, cubriendo cada centímetro del bosque. Pero Kian corría con determinación, sin importarle el frío que cortaba como cuchillas ni las ramas que arañaban mi pelaje mientras pasábamos a toda velocidad entre los árboles. Sabía a dónde iba, aunque me costara admitirlo. Reconocía esa dirección. A cada zancada, la verdad se volvía más clara en mi mente: el refugio de la madre de Kaela. Mi respiración se agitó. ¿Había vuelto? ¿Después de tantos años buscando señales, podría ser cierto? El pensamiento me estremeció tanto que incluso Kian disminuyó su marcha un instante. Recordé aquel pacto con el Alfa Ridel, su padre. La
KAELA: Me arrastraban sin contemplación por el bosque nevado. Estaba atrapada; me habían colocado un collar de plata desde el momento en que me agarraron. Las lágrimas rodaban por mis mejillas al recordar la imagen de mi padre desangrándose sobre la nieve, con su mirada dorada fija en mí. Con cada paso que daba, la rabia crecía más intensa en mí. Laila, mi loba, luchaba por salir, pero el maldito collar no la dejaba. ¡Estaba atrapada! De pronto, un formidable rugido hizo temblar el bosque. Era un Alfa Real; lo conocía porque era igual al que recordaba de mi padre.—¿Y ese terrible gruñido? —preguntó un lobezno asustado.—Es uno que nadie quiere escuchar —respondió el jefe—. ¡Es un Alfa Real! —¿Y eso qué es? —preguntó de nuevo.—Una raza de lobos que no quieres conocer. ¡Deja de preguntar y corre! —El tirón en la cadena me hizo seguirlos. Otro rugido volvió a estremecer el bosque, más fuerte, más cercano. Lo sentí atravesar mi pecho como una llamarada en lo más profundo de mi ser.
KAELA: El collar de plata era más que un simple grillete; sentía cómo estaba absorbiendo mi esencia misma con cada minuto que pasaba en mi cuello, debilitándome. Y lo peor era que no dejaba que mi olor fuera percibido por otros. Mi compañero que me estaba buscando no podría encontrarme. Me habían traído al palacio del alfa Kaesar, mi prometido y asesino de papá. Por un instante, temí que me hubieran atrapado para otra cosa. —¡Más rápido, inútil! —me gritó la Delta Tara, jefa de la servidumbre, mientras yo fregaba el suelo del gran salón—. ¿Acaso piensas que tienes todo el día? El dolor en mis rodillas era constante, pero no levanté la cabeza. Un silencio pesado impregnaba la habitación cuando un par de tacones afilados resonaban con autoridad. —Esa es la Luna Artemia, madre del Alfa —susurró la omega Nina a mi lado. La Luna Artemia avanzaba con firmeza. Llevaba un vestido negro perfectamente ajustado que contrastaba con la perturbadora palidez de su piel, mientras sus ojos
KAELA: Me obligó a ponerme de pie. Parecía que el tiempo se ralentizaba. Cerré los ojos, evitando mirarlo, esperando que su garra destrozara mi garganta como hicieron con papá. Pero solo escuché un "clic" y luego el collar cayendo estrepitosamente al suelo. Mi respiración se detuvo, en algún lugar entre el pánico y el alivio, mientras la fría presión que había llevado durante tanto tiempo se desvanecía. El enorme hocico de Kian se hundió en mi cuello, y aspiró con todas sus fuerzas mientras yo rezaba aterrada. —Mi Luna… —ronroneó Kian. Antes de que pudiera reaccionar o siquiera escapar, sus brazos me envolvieron como grilletes peludos. Me apretó contra su pecho, y en un rápido movimiento, me alzó y entró en su habitación conmigo entre sus brazos, cerrando con un portazo. —Estás a salvo, mi Luna, estás a salvo —murmuró con una convicción que me pareció desconcertante. En ese instante, todo pareció oscurecerse. Estaba aterrada, todo era sombrío e imponente. Las paredes exu
KAELA: Lo miré, atrapada en ese torbellino de emociones que me provocó. La manera en que me había hablado removió mi alma. Buscaba desesperadamente el significado en su: “Lo siento mucho”. Su mirada me helaba la sangre y, al mismo tiempo, la hacía hervir, desatando una guerra en mi interior con solo sostenerle la mirada. Por eso guardé silencio. Quería saber más, necesitaba respuestas, pero no podía delatarme. A pesar del caos en mi interior, una certeza me mantenía firme: si Kaesar estaba involucrado en la muerte de mi padre, lo descubriría. No importaba cuánto tiempo me tomara, cuánto doliera o lo que tuviera que hacer. —No me dijo que venías… —agregó finalmente, sin comprender mi actitud—. Te hubiese buscado yo mismo, Kaela. Quise decir algo, preguntar directamente, pero la fuerza me abandonó. Estaba tan dolida por todo. Quería gritarle, exigirle respuestas, pero lo único que salió fue un sollozo. Papá había hecho muy mal en enviarme lejos y hacerme vivir entre los humano