Durante el trayecto, mantuvo la vista fija en la ventanilla, impidiendo mirar su reflejo. Se sintió ridícula. Hasta el taxista debía estar notando su estado.
—¿Se encuentra bien, señorita? —preguntó el hombre, mirándola por el retrovisor—. ¿Quiere que la lleve a urgencias?
Clara forzó una sonrisa, sacudiendo la cabeza.
—Estoy bien, muchas gracias… Solo fue un pequeño accidente de trabajo, nada importante.
Se recostó contra el asiento, cerrando los ojos un instante. Solo necesitaba llegar al local de Paula. Necesitaba hablar con sus amigas. Y, sobre todo, necesitaba dejar de sentirme así.
Se bajó del taxi y entró al local. El aroma a pintura fresca y madera lijada impregnaba el aire. El sonido del taladro se mezclaba con las voces de los obreros que iban y venían, algunos lijando los mostradores, otros pintando las paredes. El suelo estaba cubierto de plásticos y restos de cartón, y el lugar tenía ese aire caótico propio de una reforma en pleno proceso.
Clara parpadeó varias veces, sin