El sonido de los tacones resonó con autoridad en el suelo de mármol, marcando cada paso como si fuese una declaración de intenciones. Valeria había vuelto.
Gonzalo levantó la vista de su escritorio cuando escuchó el golpeteo sutil en la puerta de su despacho. No necesitaba mirar para saber quién era. Ese perfume intenso y caro lo delataba.
—Vaya, qué sorpresa —dijo él con voz neutra, apoyándose en el respaldo de su silla.
Valeria se apoyó en el marco de la puerta con esa sonrisa calculada que siempre había usado cuando quería algo.
—No me invitas a pasar —dijo con fingida dulzura.
—No hemos llegado a ese nivel de confianza —respondió Gonzalo con calma.
Ella soltó una risita y entró de todos modos, cerrando la puerta tras de sí. Llevaba un vestido impecable, ajustado en los lugares correctos, y una actitud de seguridad que, a ojos de cualquiera, la haría parecer una mujer de negocios. Pero Gonzalo sabía que lo único que realmente negociaba ella era en su propio beneficio.
—He oído que