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Capítulo 1 - Primera impresión

El mediodía resplandecía con la sofisticación que solo un evento de alto nivel en uno de los hoteles más lujosos de Madrid podría ofrecer. La luz natural se filtraba a través de los amplios ventanales, iluminando el gran salón de recepción, donde las figuras más prominentes del mundo empresarial y social se reunían para despedir a Rafael Ferraz. Era una ocasión solemne y también emocionante, ya que su nieto, Gonzalo Ferraz, sería presentado como el nuevo Gerente General.

Clara había llegado temprano, como era su costumbre. Fue contratada para ser la asistente personal del nuevo gerente general, un puesto que marcaba un giro en su vida profesional. Sin embargo, el entusiasmo por esta oportunidad quedó eclipsado por el caos emocional que la perseguía desde que había dejado su vida anterior para seguir a Hugo, su exnovio, con quien había estado desde el último año del instituto, había conseguido el trabajo de su vida en Madrid. Ella había asumido que estaban construyendo una vida juntos, hasta que lo encontró en la cocina de su piso compartido, con aquella rubia.

El aire cargado de la fiesta se volvió sofocante en cuanto su móvil vibró con una notificación de I*******m. Clara, sin pensar demasiado, abrió la aplicación. Ahí estaba: Hugo, en una playa paradisíaca de Brasil, abrazando a la rubia, que ahora llevaba un deslumbrante anillo de compromiso en el dedo. La descripción decía: “Comprometidos. Por siempre tú y yo”.

La respiración de Clara se aceleró, y sintió que el salón, con sus risas y conversaciones, la aplastaba. Con pasos rápidos, salió hacia la terraza en busca de aire. La brisa le acarició el rostro cuando finalmente se apoyó en la barandilla, mirando la ciudad que se extendía ante ella. Cerró los ojos e inspiró profundamente.

—¿Difícil de digerir, eh? —dijo una voz masculina tras ella.

Clara se giró con rapidez, algo alarmada, para encontrarse con un hombre alto y atractivo, vestido con un impecable traje negro. Tenía el porte de alguien acostumbrado a moverse en ese tipo de eventos, pero su sonrisa era cálida, y deslumbrante.

—Perdón, no quise asustarte —dijo él, levantando ligeramente las manos en un gesto de paz.

—No, no pasa nada. Solo necesitaba un poco de aire —respondió Clara, intentando recuperar la compostura.

—A veces en estas fiestas —comentó él, acercándose lo suficiente para que pudieran hablar sin levantar la voz— hay demasiada gente falsa.

Clara soltó una risa corta, casi amarga.

—Exacto. Aunque en mi caso no es la fiesta lo que me sofoca.

—¿Entonces qué es? —preguntó el hombre con curiosidad.

Ella lo miró durante un segundo, dudando si contarle algo tan personal a un desconocido. Pero tal vez porque no sabía quién era él, o porque necesitaba soltarlo, se encogió de hombros y lo dijo:

—Digamos que mi ex acaba de anunciar su compromiso con la mujer con la que me engañó. En una playa de Brasil. Y yo estoy aquí, en esta fiesta, intentando convencerme de que no me importa.

El hombre arqueó una ceja, sorprendido por su honestidad.

—¿Y lo estás consiguiendo?

Clara se cruzó de brazos, dejando escapar una risa ligera.

—No mucho, pero estoy trabajando en ello. Aunque creo que estoy haciendo progresos. Ya he dejado de planear su muerte.

Gonzalo soltó una carcajada. La forma en que Clara se reía de su propia desgracia era encantadora.

—Esa es una buena señal. El primer paso para superar algo es poder reírse de ello, ¿no crees?

—Eso dice mi terapeuta —respondió ella, con una sonrisa que esta vez alcanzó sus ojos.

La conversación continuó durante varios minutos, pasando del tema de los exnovios a anécdotas más ligeras. Clara descubrió que el hombre tenía un humor agudo y una forma de escuchar que la hacía sentir cómoda, algo raro, los hombres que había conocido eran todo lo contrario, en especial Hugo, él era un idiota, un cabrón.

Finalmente, él consultó su reloj y suspiró.

—Debería volver al salón antes de que noten mi ausencia. Tengo… responsabilidades.

—¿Eres parte del evento? —preguntó Clara, intrigada.

—Algo así —respondió él, sin entrar en detalles. Luego, la miró y añadió—: Ha sido un placer conocerte. Espero que encuentres algo bueno que te haga olvidar Brasil.

—Gracias. Aunque lo dudo, tengo que entrar para conocer al heredero, y me han dicho de todo, menos que es amable, estoy condenada a estar rodeada de gilipollas —suspiró resignada.

—He escuchado lo mismo sobre él —dijo el hombre, y entró al salón.

Cuando él se alejó, Clara volvió a apoyarse en la barandilla, sintiéndose un poco menos pesada que antes.

***

Gonzalo volvió al salón, pero sus pensamientos estaban lejos del bullicio que llenaba la estancia. Seguía dando vueltas a lo que le había dicho la mujer de la terraza. Desde que la vio entrar al evento, sintió curiosidad por ella. Había algo en su presencia que la hacía destacar, aunque no llevaba el tipo de vestido llamativo que muchas otras mujeres habían elegido. Era sencillo, pero elegante, y en su opinión, no necesitaba nada más. Era su propia belleza natural y la forma en que se movía lo que la hacía brillar entre la multitud.

Cuando la vio salir hacia la terraza, no lo pensó demasiado y la siguió. No era algo que hiciera a menudo, pero había algo en ella que lo intrigaba. Y ahora, mientras intentaba concentrarse en las conversaciones y los saludos que requería su posición, no podía evitar recordar cada palabra que ella había dicho.

«El gilipollas del que hablaba era yo», pensó con humor y una pizca de incomodidad. 

Era la primera vez que alguien lo describía de esa manera en su cara, aunque sin saber que era él. Algo en la sinceridad de las palabras de aquella mujer lo había golpeado. Se notaba que era una persona que decía lo que pensaba, sin filtros. Y eso, en casi cualquier otra situación, le habría parecido divertido. Pero esta vez había dolido, aunque no tanto por las palabras en sí, sino por la imagen que parecían tener de él.

«¿Qué le habrán dicho?», pensó mientras tomaba una copa de champán de la bandeja de un mozo que pasaba cerca. La forma en que ella había hablado de él… no parecía provenir de una impresión superficial. 

Desde un rincón del salón, Gonzalo observó cómo Rafael, su abuelo, conversaba animadamente con un grupo de socios de larga data. Aquí estaba él, tomando el relevo de una dinastía empresarial. La presión era grande, pero lo había aceptado como un reto. 

—Gonzalo —dijo Rafael, acercándose con una copa de vino en la mano—. Ven, quiero presentarte a alguien.

—Claro, abuelo —respondió Gonzalo, enderezándose y dejando su copa en una mesa cercana. Lo último que quería era parecer distraído.

A medida que caminaba junto a su abuelo, intentó apartar a aquella mujer de su mente. Pero no lo consiguió. La imagen de ella en la terraza, con esa mezcla de honestidad y una belleza que no necesitaba adornos, seguía rondándole en la cabeza.

Cuando llegaron al grupo de personas con las que Rafael había estado conversando, Gonzalo notó a Clara. Estaba de pie, junto a un par de ejecutivos, sujetando una copa de vino blanco. Su postura era correcta, pero sus dedos tamborileaban levemente sobre la copa, un gesto que delataba cierto nerviosismo. Su mirada se cruzó con la de él, y por un instante, pareció congelarse.

—Hijo, te presento a Clara Sáez. Será tu asistente personal. Desde el lunes trabajará contigo directamente.

Clara tragó saliva, y Gonzalo pudo notar cómo sus mejillas adquirían un ligero tinte rosado. No era difícil adivinar que se sentía incómoda. Por su parte, él no pudo evitar sonreír, divertido por la situación.

—Encantado, Clara —dijo Gonzalo, extendiendo la mano con una amabilidad que contenía un leve matiz de picardía—. Creo que ya nos hemos visto antes, ¿no es así?

Clara abrió los ojos ligeramente, pero mantuvo la compostura. Le estrechó la mano, sujeta a un protocolo que ahora sentía como una tabla de salvación.

—Puede ser —respondió con una sonrisa forzada—. Quizás entre tanta gente, no lo recuerdo bien.

Gonzalo alzó una ceja, entretenido con su reacción.

—Eso explica muchas cosas —dijo en tono casual, sin dejar de mirarla.

Rafael, ajeno a la tensión entre ellos, intervino alegremente.

—Clara viene con excelentes referencias y estoy seguro de que hará un gran trabajo contigo. 

—No tengo ninguna duda de ello —respondió Gonzalo, con una sonrisa que hizo que Clara desviara la mirada hacia su copa.

Los otros ejecutivos empezaron a hablar de temas generales, dando espacio a que Gonzalo se inclinara levemente hacia Clara.

—¿Así que soy un gilipollas? —murmuró en un tono apenas audible para los demás, pero lo suficientemente claro para que ella lo escuchara.

Clara sintió que el calor subía por su cuello. No sabía qué la inquietaba más, si el hecho de que él la hubiera seguido a la terraza o que ahora creyera que pensaba eso de él.

—No sabía que eras tú —respondió en un susurro, mirando fijamente el contenido de su copa.

Gonzalo contuvo una carcajada. Había algo en su torpe honestidad que le resultaba increíblemente encantador.

—Entonces empezaré este trabajo con un reto interesante —dijo él, tomando un sorbo de su champán—. Cambiar esa opinión.

Clara levantó la vista, sorprendida por el tono de su voz. No había burla, solo un ligero aire desafiante que, para su sorpresa, la hizo sonreír.

—Buena suerte con eso —replicó, finalmente.

Antes de que pudieran continuar, Rafael volvió a captar la atención de ambos.

—Gonzalo, Clara, no olvidéis que el lunes tenemos una reunión importante con los directivos. Quiero que os preparéis bien. Cualquier duda que tengas, Clara, el móvil corporativo está en manos de Gonzalo, ponte en contacto con él.

—Por supuesto, abuelo —dijo Gonzalo, lanzando una última mirada divertida a Clara antes de girarse hacia el grupo.

—Sí, señor —respondió ella.

Clara suspiró, sabía que ese iba a ser un trabajo más complicado de lo que había imaginado. 

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