Samuel no piensa. Solo actúa. Comienza a contosionarse hasta que logra safarse del agarre del guardia de policía que lo sujetaba del brazo.
El rugido que lanza mientras se lanza sobre Ethan es casi animal, lleno de rabia, miedo y desesperación. Ethan lo esquiva por apenas unos centímetros, retrocediendo, el corazón palpitando con fuerza bajo su camisa perfectamente planchada.
—¡Estás loco! —grita Ethan, con una mezcla de asco y lástima en la voz.
Samuel gira sobre sus talones, trastabillando, jadeando como un animal acorralado. Sus ojos están desorbitados, rojos de furia y de vergüenza.
—¡Tú me quitaste todo! ¡Siempre fue así! —escupe con los dientes apretados—. ¡Papá te prefería! ¡La empresa te obedecía a ti! ¡Y ahora Clara… tú también te quedas con ella!
Ethan da un paso al frente, sin miedo, con una calma feroz que corta la atmósfera como una navaja.
—Yo no te quité nada. Tú lo perdiste todo solo.
El eco de esas palabras apenas se disuelve cuando la puerta de la oficina se abre con