La habitación está envuelta en una tenue penumbra, iluminada solo por las lámparas de pared cuyas bombillas doradas derraman una luz suave sobre los muebles de madera oscura.
Lara se pasea frente al ventanal con una copa de vino en la mano, su vestido negro entallado resalta la curva de sus caderas y la firmeza de sus piernas.
Samuel la observa desde el sillón, relajado, pero con los ojos afilados. Está sentado con una pierna cruzada y un vaso de whisky en la mano, el hielo chocando suavemente contra el cristal cada vez que lo lleva a los labios.
Ella se gira despacio, como si supiera exactamente cuándo lo tiene completamente atento. Sus ojos se clavan en los de él, encendidos por esa mezcla de lujuria y ambición.
—Entonces, ¿cuál es el siguiente paso? —pregunta ella, con la voz baja, casi ronca.
Samuel se incorpora ligeramente hacia el frente.
—Tenemos que ser vistos. La prensa debe captarnos a Clara y a mí juntos, muy juntos. Algo que no pueda confundirse con una relación de cuñad