Narra Chloë
Desde que papá se fue, la casa se siente más liviana.
Pero también más peligrosa.
Hay algo en el aire. Algo que me roza la piel cuando me duermo, como si una presencia invisible me acechara desde los rincones más oscuros. Mi madre intenta ser fuerte, lo sé. La vi llorar esa noche. No frente a mí, claro. Lo hizo en el templo, cuando pensaba que nadie la miraba. Pero yo lo vi. Y su llanto me dolió más que toda esta traición.
Y ahora... ahora hay algo nuevo.
Desde hace unos días, siento que mi hijo no está dormido dentro de mí.
Él ve cosas. Él escucha cosas. Y cuando sueño... no sé si son mis sueños, o los suyos.
Anoche tuve uno.
Estaba en un bosque. Uno oscuro, tan oscuro que ni la luna se atrevía a mirarlo. Y lo curioso es que no tenía miedo. Caminaba descalza, sintiendo la tierra húmeda bajo mis pies. Había silencio. Pero no el tipo de silencio que calma. Era un silencio que grita. Un silencio que se prepara para devorarte.
Entonces, escuché un susurro:
—Mamá...
Me detuve.