Killian adoptó un semblante serio, apretó la mandíbula y permaneció con la mirada incrustada en su padre, tratando de comprender del todo la actitud inflexible que este había tomado. No era un asunto nuevo; tanto su madre, Hazel, como su hermana Indira, le habían mencionado en más de una ocasión que Jared mostraba una actitud inusualmente posesiva hacia Nadia.
Pero no le habían comentado que no se trataba de afecto paternal ni de un interés benévolo: era una clase de control disfrazado de protección. Jared la vigilaba con una intensidad que rayaba en lo enfermizo, como si se negara a permitir que la joven escapara de su esfera de dominio.
Sin embargo, lo más contradictorio de todo era la posición de Nadia dentro de esa casa. No era la hija favorita ni mucho menos. Vivía allí como si fuera una empleada sin sueldo, una presencia silenciosa que ayudaba con los quehaceres y no generaba conflictos. Y aun así, Jared insistía en retenerla a su lado como si fuera una pertenencia demasiado val