Killian observaba los cuadros infantiles una vez más, aún con las manos cruzadas detrás de la espalda. Seguía con la misma expresión imperturbable, aunque la presencia de Nadia no dejaba de generar un pequeño desorden en su mente, como una nota discordante en una melodía bien estructurada.
Ella estaba a punto de girarse e irse cuando escuchó la voz de Killian, más baja esta vez, como si lo que estuviera por decir no necesitara testigos.
—Mi madre y mi hermana tenían razón acerca de ti.
Nadia se detuvo, sin girarse del todo.
—¿Ah, sí? —preguntó con suavidad, como quien escucha un comentario pasajero.
—Sí —continuó él, dando un par de pasos más cerca, sin romper la distancia, pero acortándola lo suficiente para hacerse oír con claridad—. Dijeron que fingías. Que tenías esa sonrisa educada, esa voz tranquila, pero que por dentro eras otra cosa. Que no eres tan inocente como aparentabas.
Ahora sí, Nadia se giró hacia él. Sus ojos lo buscaron, sin enfrentarlo, simplemente observándolo con