El aire en el cementerio siempre huele igual. A pasto recién cortado y a cosas que no se dijeron a tiempo.
Todavía llevo puesto el vestido que usé en la entrevista en vivo de hace unos días, aunque encima me puse un suéter de Liam. Uno grande, con su olor. Hace frío. Pero no solo por el clima.
—¿Estás segura de que quieres hacerlo hoy? —me preguntó él antes de salir.
No respondí con palabras. Solo asentí.
Hay momentos en los que una no necesita hablar para saber que el corazón ha tomado una decisión.
Camila camina a mi lado, con una flor blanca envuelta en una servilleta. Es una margarita. La encontró esta mañana en el jardín y dijo que era “perfecta para papá”.
Han pasado más de diez años desde que lo enterramos. Desde que lo perdimos. Y yo todavía no había vuelto.
Hasta hoy.
La tumba es sencilla. Sobria. Una piedra gris con su nombre grabado en letras mayúsculas:
ROBERTO MARTÍNEZ — 1964 / 2013
“Siempre cuidando de sus niñas.”
Siento que me falta aire. Las rodillas me tiemblan.
Camil