John observó a Olivia, se veía tan triste y lamentó verla tan mal.
—¿A dónde irás al llegar a Lorf?
Ella le miró con temor, en realidad ni ella lo sabía.
—No sé.
—¿De qué huyes? ¿De quién huyes?
Ella bajó la mirada.
—De un hombre cruel que piensa que, porque soy mujer y estoy en el peor momento de mi vida, puede hacer conmigo lo que sea.
Las lágrimas corrieron por su rostro.
John la miró con dolor. Tomó su mano.
—Déjame ayudarte. Si no tienes a donde ir, tengo mi casa en Lorf, sí, suena a locura, puedo ofrecerte quedarte en mi casa y yo me quedo en otra parte.
Ella estuvo a punto de negarse, pero vio a su pequeño bebé, no tenía a donde ir, no tenía dinero, ni nada más.
—Gracias, sí.
John asintió despacio. Pronto bajaron del tren y tomaron el ferry a la isla.
John miró atrás con una nostalgia que consumía en su rostro.
—¿Estás bien? ¿Parece que dejas mucho aquí?
John sonrió.
—Sí, dejo mi alma y mi corazón en Edimburgo, todo se queda ahí.
—¿Mal de amores?
John sonrió co