—¡Mírame a la cara cuando te hablo, imbécil!— ladró Brishen mientras la tomaba con fuerza por la barbilla.—¿Qué demonios pretendes hacer ahora?¿Qué demonios te ha dicho él que hagas?
Verlo así de enfurecido, le daba miedo. De haber podido, Xamara habría gritado. Pero, al parecer, no se encontraba lo suficientemente aterrada como para olvidarse del peligroso cuchillo que seguía amenazando su garganta.
Él hablaba en serio. Él ya había conseguido entender la mitad de las cosas que ella se proponía hacer. De pronto, las lágrimas comenzaron a rodar por su rostro.
—Por favor, primo. Por favor, no me hagas nada…— gimió entre sollozos quedos. —Por favor, suelta ese puñal. Por favor, Lulo… te lo pido…
Brishen soltó un gruñido de asco. Para él, esas solo eran lágrimas falsas que buscaban distraerlo y hacerlo sentir culpable. Siempre ocurría situaciones similares cuando Xamara se veía acorralada.
Usualmente, él prefería ceder y dejar el asunto en aras de la paz. Pero, eso solo ocurría porque