CAPÍTULO 35

Debería sentirse feliz. Debería sentirse victoriosa.

Y, sin embargo, su corazón estaba hecho un caos.

En lugar de paz, lo invadía una inquietud insoportable, incluso cuando Alejandro acababa de salir de su habitación. No había pasado nada. Solo un silencio prolongado, espeso, que se había instalado entre ambos.

Desde el borde de la cama, donde aún estaba sentada, Camila lo había observado en varias ocasiones intentar decir algo... pero contenerse. Alejandro se había mantenido a una distancia exagerada, sentado en el sofá que Valentina —¡la mismísima Valentina!— había mandado colocar especialmente para él dentro de aquella habitación.

¿Qué tan buena podía ser la esposa del hombre que amaba? Quizás no era bondad… sino locura.

¿Quién, en su sano juicio, ofrecería una habitaci&oacut
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