CAPÍTULO 34

Camila apretó los puños con fuerza, tratando de contener el enojo que le hervía en la sangre. Sus ojos, cargados de reproche, se clavaron en el hombre que tenía enfrente, tan sereno, tan impasible... disfrutando tranquilamente de una copa de vino blanco. Ella sabía perfectamente cuándo la había servido.

De no ser porque en esa casa había una regla que debía respetar —la de mantener las formas—, ya le habría gritado en la cara. Y más aún sabiendo que en cualquier momento podía aparecer Doña Beatriz Cruz de Herrera, observándolos con esa mirada inquisitiva que todo lo veía. En esa mansión, hasta las paredes parecían tener oídos.

Si no fuera por eso, Camila ya habría perdido el control, desatando toda la rabia que Alejandro despertaba en ella.

¿Cómo podía hacerlo? ¿Có

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