CAPÍTULO 31

Valentina había tenido un sueño. Y era hermoso.

Se veía a sí misma junto a su esposo, escuchando la música que a uno u otro le gustaba; tarareando entre risas mientras recorrían un camino bordeado de altos pinos. La carretera aún brillaba bajo la lluvia reciente, envuelta en una niebla ligera que le daba un aire romántico, casi irreal. Su destino era una de las villas de los Herrera, allá en las colinas de Bandung o en Puncak, donde solían escapar del mundo para descansar.

Caminaban tomados de la mano, pisando la hierba húmeda por el rocío de la mañana. Sentían el aire fresco acariciarles el rostro, llenando de calma el corazón y la mente.

Después, se entregaban el uno al otro como aquellos amantes que olvidan el tiempo, perdiéndose en palabras dulces hasta que el descanso terminaba.

Mentiría si dijera que no deseaba que aquel sueño se hiciera realidad.

La primera vez que Valentina se enamoró de un hombre —y de su propio marido, nada menos— creyó que había elegido bien. No otro hombre
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