Vi las amenazas, el desafío y la molestia cruzar su rostro. Y aún así, escogió el camino de la paz y dijo:
―¿Qué tienes en mente?
―Que actuemos como una pareja normal. Que en lugar de reservar citas para escoger un anillo, caminemos por la calle y entremos a las joyerías que nos crucemos sin pensar a quien le pertenece. Escojamos un anillo hermoso y del que me enamore sin ver el precio. Eso quiero.
Me miró, lo miré. Fueron segundos largos y cargados de tensión. El orgullo y las ganas de tener la razón predominaban en el aire.
―Con una condición ―declaró.
―¡Tú y tus condenadas condiciones! ―Exclamé―. ¿Siempre tienes que tener la última palabra?
―Sí ―respondió sin dudar―. El anillo debe costar al menos un millón.
―Rechazada ―respondí de una, sin dudarlo.
Parpadeó, con la i