La sala de demostración era espaciosa, olía delicioso y por supuesto, lucía caro. Y lo más sorprendente, Derek y yo éramos los únicos clientes.
Una vez que el empleado de la joyería se fue, dejando los cafés frente a nosotros, me dispuse a susurrarle en el oído a Derek:
―¿Cómo hace un lugar como este para mantenerse a flote con tan poca clientela? Las joyerías de imitación de mi anterior vecindario siempre estaban llenas. En cambio, aquí no hay nadie. Con razón dejaron pasar tu falta de respeto al posponer la cita, necesitan clientes con urgencia.
La carcajada que soltó fue descomunal, tan vibrante y juvenil, como si hace unos minutos no hubiéramos hablado de su trágico pasado.
Me aparté de él y le dediqué un gesto de molestia.
Tomé mi café, ignorándolo.
―¿Qué le