Isabella
La cafetería estaba atestada de gente. Las voces se entremezclaban en un murmullo constante, salpicado de risas y el sonido de cucharillas tintineando contra las tazas de porcelana. El aroma a café recién molido y pan recién horneado flotaba en el aire, envolviéndonos en una calidez reconfortante que contrastaba con la conversación que estábamos teniendo.
Yo, por mi parte, apenas podía contener la risa. Valeria, con los brazos cruzados y una expresión de fastidio, me miraba como si quisiera lanzarme la taza de té caliente que tenía frente a ella. Sus ojos oscuros chispeaban con una mezcla de incredulidad y resignación, como si estuviera presenciando una escena que ya se había repetido demasiadas veces.
—No entiendo cómo sigues metiéndote en problemas con Patricia —bufó, señalándome con el dedo índice en un gesto acusador—. Es como si lo hicieras a propósito.
Me encogí de hombros con una sonrisa burlona y despreocupada.
—Es que es tan fácil hacerla explotar —respondí con un to