Capítulo 20

La sostuve con fuerza, sintiendo el calor de sus muslos envolviéndome, envolviendo algo más que mi cuerpo. Era el eco de una necesidad acumulándose entre miradas que decían más de lo que nuestras bocas estaban dispuestas a confesar. Su respiración rozaba mi oído como un susurro impaciente, cargado de electricidad, de un deseo que temblaba entre los dos, vivo, tan vivo que dolía.

No había prisa, no todavía. Pero tampoco había espacio para la cordura. La razón se había rendido en el umbral, incapaz de sostenerse frente al hambre que crecía en silencio.

Caminé con ella en brazos por el pasillo, sintiendo cada pequeña contracción de sus piernas alrededor de mi cintura. Su boca seguía marcando mi cuello, arañando mi piel con cada exhalación, como si intentara dejarme allí su firma, su presencia, una marca de territorio tan visceral como invisible. Había algo salvaje en ella, algo que despertaba lo peor de mí… y también lo mejor.

No dije nada. No hacía falta.

Las palabras eran innecesarias
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