Minutos antes...
Kaito y Murata se quedaron de pie, en silencio, mientras el eco de la última orden de Takeshi parecía seguir vibrando en las paredes.
“Quiero su cabeza. Aquí. Entre mis manos”.
El vendaje bajo la bata se alzaba y bajaba con respiraciones tensas, poco profundas.
Kaito fue el primero en hablar de nuevo.
—Oyabun… —dijo, con cuidado—. Hay otra cosa que debe saber.
Takeshi desvió la mirada de la ventana hacia él, con el ceño todavía fruncido.
—Habla.
Kaito abrió la boca, dudó un segundo. Miró de reojo a Murata, como pidiéndole respaldo.
Murata asintió, muy leve.
—Ayer —empezó Kaito—, mientras usted estaba en quirófano, Masanori-sama convocó un consejo de emergencia. A varios capitanes. A los viejos… y a algunos de los nuevos.
Los ojos de Takeshi se entornaron.
—¿Sin mí?
—Dijo que era para mantener la estructura en pie mientras el Oyabun se recuperaba —intervino Murata, con un filo apenas contenido—. Pero en la práctica… lo que hizo fue otra cosa.
—¿Qué cosa? —la voz de Tak