La luz del sol se filtraba a través de la ventanilla, proyectando destellos dorados sobre las sábanas blancas de la cama. Un suave pitido intermitente rompía el silencio, acompañado del murmullo lejano del personal de la clínica moviéndose por los pasillos. El aire tenía ese aroma inconfundible de hospital: una mezcla de desinfectante, látex y algo metálico.
Svetlana parpadeó lentamente, sintiendo su cuerpo pesado, como si hubiera dormido durante días. Sus pestañas se alzaron perezosas y lo primero que vio fue una figura masculina, grande e imponente, sentado junto a su cama.
Dante.
Su rostro estaba marcado por la preocupación, pero en cuanto sus ojos oscuros se encontraron con los de ella, algo dentro de él pareció desmoronarse. Un alivio inmenso destelló en su mirada mientras tomaba su mano con fuerza, como si temiera que pudiera desvanecerse en cualquier momento.
—Oh, mi sol… —murmuró con voz ronca, llevándose los nudillos de ella a los labios y besándolos con devoción—. Qué buen s