La tarde había transcurrido como una batalla silenciosa, y desde que Svetlana huyó de él, Dante intentó distraerse sumergiéndose en sus asuntos, enfocándose en la construcción del teatro, en revisar cada detalle, en asegurarse de que todo estuviera en orden.
Pero su mente no se quedaba quieta.
No importaba cuánto intentara concentrarse, ella estaba en todas partes.
En el roce del viento frío sobre su piel, recordándole la suavidad de su cuerpo.
En el sonido de las herramientas resonando en el lugar, como un eco de su propia ansiedad contenida.
En el ardor de su propia sangre, exigiendo algo que no debía desear.
Y Svetlana no estaba en mejor estado.
Había intentado perderse entre las páginas de sus libros, refugiándose en las historias de amor que tanto adoraba.
Pero cada frase, cada escena, cada beso descrito en aquellas novelas románticas la arrastraban de vuelta a él.
A su mirada intensa.
A la sensación de su aliento sobre su piel cuando la tenía cerca.
A ese beso que aún ardía en s