El sol aún no trepaba del todo por las colinas, pero su luz comenzaba a teñir los árboles con un resplandor dorado. En el interior de la casa segura Bellandi, el día no traía promesas ni esperanza. Solo preparación.
Los planos se extendían sobre la gran mesa de roble como un campo de batalla aún por trazar. Pantallas proyectaban imágenes térmicas y datos en tiempo real. Veinticuatro hombres, todos entrenados, todos fieles, ocupaban posiciones en la sala o se desplazaban afuera, siguiendo instrucciones precisas.
Erik, con ojeras y café en mano, daba órdenes rápidas mientras se desplazaba entre pantallas y documentos. Asgeir calculaba distancias y tiempos de respuesta con la precisión matemática de un cirujano. Versano, más callado, observaba los mapas topográficos con la mirada de un hombre que había visto demasiadas emboscadas terminar en masacres.
—Cambio de posición para el segundo francotirador en el flanco norte. Mucho ángulo muerto —dijo Asgeir.
—Ya está cubierto por Marco y Feli