La luz del atardecer se colaba por los ventanales del improvisado centro de operaciones en Campania, tiñendo las paredes de un tono ámbar melancólico. En el centro de la habitación, Svetlana se ajustaba los puños de la camisa negra de lino. Sus movimientos eran precisos, metódicos. No llevaba adornos. Ni aretes, ni colgantes, ni anillos. Solo su mirada firme, la trenza apretada y ese porte de acero templado.
Sobre la cama, un bolso de mano. Lo justo. Una muda limpia, una carpeta con información, una Glock 19 con cargador completo. Nada más. Nada menos.
La puerta se entreabrió sin que ella se girara.
—¿Acaso piensas ir a algún lado? —La voz de Giovanni sonó con una mezcla de desconcierto y temor.
Svetlana siguió cerrando el cierre de su bolso. Luego se giró hacia él.
—En primer lugar. Siempre toca mi puerta antes de entrar. Y sí, voy a ver al inspector Versano.
Giovanni frunció el ceño.
—¿Estás segura de eso? Es policía, Svetlana. Muy bien podría arrestarte.
—¿Por qué? ¿Qué pruebas tie