Gregor marcaba rutas de escape en rojo. Erik estaba conectado a una red encriptada que triangularía cada movimiento de Henrik. Luca desarmaba y armaba su Glock por quinta vez. Y Svetlana… permanecía sentada en silencio, con los ojos fijos en la imagen congelada del rostro del traidor, proyectado en una pantalla.
Henrik Reinhardt.
Traje caro.
Reloj aún más caro.
Expresión de tiburón domesticado por el sistema.
El tipo de hombre que siempre encontraba una salida... hasta que alguien como ella se encargaba de cerrarle todas.
—Quiero cada movimiento suyo desde hace tres días —ordenó Svetlana, sin levantar la voz.
Erik tecleó sin pausa.
—Su penthouse está en el edificio Wälchli, distrito financiero. Doble entrada. Ascensor privado.
—¿Seguridad? —preguntó Gregor.
—Tres hombres fijos. Un cuarto itinerante. Más el chófer, que también está armado.
—¿Rutinas?
Erik deslizó el dedo por la pantalla.
—Gimnasio dos veces por semana. Reuniones en el club privado St. Marek, que también sirve como fach