El reloj marcaba las 17:46 y la sala se encontraba sumida en esa especie de calma imperfecta que sólo ocurre cuando todos están presentes, pero nadie está realmente en paz.
No era raro que a esa hora se encendiera la televisión con las noticias del día. Algunos miembros de la casa usaban ese momento para relajarse, para enterarse de lo que ocurría fuera de esos muros que lo contenían todo. Cada quien hacía lo suyo, pero sin perder del todo la atención de la pantalla.
Mirella estaba sentada en su silla habitual, tomándose una copa de vino. Sus ojos estaban clavados en la pantalla, aunque su expresión era impenetrable. Como si hubiese visto mil veces esas noticias, como si su alma llevara tanto peso encima que ya no supiera cómo reaccionar con claridad.
Fiorella se había acomodado, como una reina, en una de las butacas más mullidas, con las piernas sobre el brazo del sillón y una copa de agua mineral con rodaja de limón en la mano. Deslizó el dedo por la pantalla de su teléfono, sin mir