Capítulo 165

Era un nuevo día en la vida de los Bellandi y el sonido del encaje al rozar la alfombra fue lo primero que Dante notó. Había algo en la forma en que Svetlana caminaba por el pasillo que lo sacó de su ensimismamiento. Ella estaba en el recibidor, frente al perchero antiguo donde Dante ajustaba el cierre de su chaqueta de cuero negro. Afuera, el cielo se estaba cubriendo de nubes grises, y el aire húmedo golpeaba contra los cristales de la casa segura con una cadencia apagada. Dentro, todo olía a cedro viejo y a tabaco seco, a poder contenido bajo el barniz del silencio.

—No vayas —dijo ella, sin levantar la voz.

Dante no se giró al instante. Terminó de subir el cierre, lento. Se tomó el tiempo de anudar con fuerza las correas de su reloj. Y solo entonces, como si sus manos se rindieran primero que su cabeza, se volvió hacia ella.

Svetlana estaba pálida. No por debilidad física, sino por ese tipo de tensión que se cuela por los huesos cuando el cuerpo presiente que algo malo va a pasar.
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