El amanecer teñía el horizonte con pinceladas de ámbar y carmín cuando Dante llegó al puerto. La brisa salada se filtraba entre los muelles de madera húmeda, y el lejano sonido de las gaviotas mezclaba con el bullicio de trabajadores descargando cajas de cargamento. Acompañado por algunos de sus hombres de confianza, avanzó con paso firme hacia un viejo almacén donde lo esperaban miembros de la 'Ndrangheta y un grupo de traficantes albaneses. Era una reunión delicada; una nueva ruta para el contrabando de armas estaba en juego y cualquier error podría costarles caro.
Mientras tanto, en la villa, Svetlana se preparaba para su primera clase de italiano. Dante había dejado instrucciones precisas para que no le faltara nada en su ausencia, asegurándose de que su día estuviera ocupado. Sin embargo, cuando estaba a punto de salir, fue interceptada por Mirella, la madre de Dante.
—Acompáñame —dijo la mujer con voz firme, sin dejar espacio para la discusión.
Svetlana dudó por un instante, pero