Capítulo 140

El cielo estaba cubierto por un manto de nubes espesas que presagiaban lluvia, como si el propio firmamento dudara entre romperse o seguir conteniéndose.

Fiorella se detuvo frente al portón de la villa Bellandi, con el corazón estrangulado entre las costillas y las manos heladas a pesar del calor húmedo que envolvía Reggio Calabria esa mañana. El sol no se atrevía a salir, y ella tampoco a tocar. Había pasado más de veinte minutos dando vueltas por las colinas cercanas, buscando el valor que aún no encontraba.

El portón metálico, alto, imponente, cubierto de cámaras y sensores, la observaba como un centinela despiadado. Tenía la sensación de que, en cualquier momento, las rejas se abrirían como fauces para tragársela.

Elevó la vista hacia el panel intercomunicador. Un solo toque bastaba. Una palabra, un nombre, y estaría dentro… o muerta.

—¿Estoy loca? —se dijo—. Claro que estoy loca.

La última vez que estuvo en ese lugar, Dante Bellandi estuvo a centímetros de matarla. Literalmente.
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