Capítulo 121

La villa Bellandi parecía respirar en una calma artificial, como si sus muros contuvieran el aliento.

En el salón principal, la luz del atardecer teñía las cortinas de un rojo casi sangriento. La gran mesa de roble, tallada a mano, estaba rodeada por figuras conocidas: Fabio a la izquierda de Dante, sereno pero con el ceño fruncido, además de hombres de confianza, sí, pero no inmunes al desconcierto.

Dante escuchaba. Brazo apoyado sobre el respaldo de su silla, la otra mano sostenía un vaso de whisky que no había probado. Su mirada barría la mesa como un bisturí: precisa, implacable.

—Mancini no perdió tiempo —informó Fabio, su tono seco, metódico—. Tomó contacto con los Camorristi de Casoria. También reforzó su presencia en el puerto. Se dice que incluso negoció con los Petrov a tus espaldas.

—¿Y los nuestros? —preguntó Dante, sin apartar la vista de los papeles esparcidos.

—Divididos. Algunos creyeron que tu muerte era una señal. Otros… simplemente se adaptaron para sobrevivir. Y ha
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