Lía se llevó una mano al pecho, incapaz de pronunciar palabra. Todo a su alrededor pareció desvanecerse, y por un instante solo existieron ellos dos… y la verdad que acababa de cambiarlo todo.
Lía lo miraba sin poder articular palabra.
Sentía que el aire se le escapaba del pecho, como si una mano invisible la apretara por dentro.
—¿Su… nieta? —susurró al fin, con la voz temblorosa—. ¿Qué está diciendo, señor Nicolás? Eso no puede ser…
Nicolás asintió con firmeza.
—Es la verdad, Lía. Mandé hacer una prueba de ADN. Los resultados son claros. Lucía comparte conmigo un veinticinco por ciento de coincidencia genética. No hay duda.
Lía dio un paso atrás, apoyándose en la mesa para no caer.
—No… no puede ser. ¿Por qué haría usted algo así sin avisarme? ¿Por qué meterse en nuestra vida?
—Porque tenía sospechas —respondió él, conteniendo la emoción—. Desde que vi a la niña, sentí algo… era como ver a mi hija Betizia a esa edad. Tenía que hacerlo, tenía que saberlo.
Lía lo observó en silenci