La mesa quedó en un silencio sepulcral.
Solo el sonido de los cubiertos contra los platos, y el respirar agitado de Titus lo rompía.
Daniela no se movía. Sentía el calor en la nuca, las manos heladas, la mente viajando hacia un solo pensamiento: ¿quién?
—Eso es imposible —musitó él como si estuviera muy cansado, rompiendo el silencio con voz temblorosa—. Marcela no fue envenenada… No… eso… eso es una mentira, Víctor. Nadie de mi familia podría hacerlo, porque ella estaba bajo mi protección.
—¿Estás seguro de eso? —preguntó él con tono grave, ladeando la cabeza. Su copa de vino descansaba intacta frente a él, mientras Daniela apretaba las manos sobre su regazo.
Titus parpadeó, perdido, como si su mundo también se viniera abajo. No hablaba con la seguridad que lo caracterizaba.
—Si tienes estas pruebas, sabrás quién es… ¡Dilo ahora!
Titus se levantó mientras Daniela veía cómo todas sus esposas estaban a la expectativa.
Amelia tomaba las manos de su madre Antonella, mientras que Sofía pa