Olivia
No podía apartar la vista de la publicación de Raquel en sus redes sociales. La imagen de mi pareja y de nuestro hijo, ambos sonriendo radiantes junto a ella, me revolvía el estómago. ¿Así era como se llevaban los tres cuando yo no estaba? Tan cercanos, tan naturales… como si fueran una auténtica familia de tres.
Alba, mi loba interior, caminaba inquieta dentro de mí. Sus gruñidos reflejaban el tumulto que sentía por dentro.
Al mirar la foto, los recuerdos me invadieron. Seis años atrás, cuando Diego y yo nos reconocimos como parejas destinadas, todo era distinto. Entonces, él era tan atento, tan amoroso. Cada día, sin falta, me traía tulipanes rosados, mis flores favoritas.
Recuerdo cómo la manada susurraba a nuestras espaldas. Yo, la Jefa de Sanación, eligiendo como compañero de vida a un omega. Pero a mí no me importaba. El amor no entiende de rangos ni de estatus.
Cuando Diego quiso fundar su empresa farmacéutica, lo apoyé sin dudarlo. Incluso cuando las pérdidas de su empresa se acumulaban, me mantuve a su lado. Mi salario como Jefa de Sanación era suficiente para sostenernos, y yo creía en sus sueños.
Sin embargo, ahora, frente a esa foto, algo dentro de mí se sentía irremediablemente roto.
—¡Diego! —Mi voz salió más aguda de lo que pretendía—. Necesitamos hablar.
Él regresó al salón, con la misma expresión suave de siempre.
—¿Qué pasa, cariño?
—¿Me amas? —La pregunta salió de mis labios antes de poder detenerla.
Sus ojos se abrieron de par en par, sorprendido.
—Claro que sí, amor, eres el amor de mi vida. ¿Por qué me preguntas eso?
—¿Hay algo que no me estés diciendo? —inquirí, mostrándole la foto en la pantalla de mi celular—. ¿Algo que deba saber?
El rostro de Diego se ablandó.
—Solo fue un helado. Óscar me rogó ir, y como era su cumpleaños... —Se pasó una mano por el cabello—. Debería habértelo dicho, pero con todo lo que pasó...
—¿Así que saliste con él y con Raquel antes de venir aquí?
—No le di importancia cuando él me propuso ir a la heladería después de clases...—Diego se acercó y me tomó de los hombros—. Lo siento, Olivia, debí pensarlo mejor. Haré que ella elimine la foto ahora mismo.
Lo observé sacar su teléfono y enviarle un mensaje a Raquel. En cuestión de minutos, la publicación fue borrada.
Una ola de vergüenza me invadió. Allí estaba yo, dudando de mi pareja, cuando él solo intentaba hacer feliz a nuestro hijo en su cumpleaños. Tal vez el problema era yo. Tal vez era yo quien debía cambiar.
—Lo siento —susurré—. He estado pensando de más.
Diego me abrazó con fuerza.
—No tienes que disculparte, amor. Has estado muy ocupada, lo entiendo perfectamente.
Esa noche, cuando me acosté, comencé a dar vueltas sin poder dormir. Diego tenía razón. Quizás había estado demasiado absorta en mi trabajo y había descuidado los sentimientos de Óscar. Así que era momento de cambiar, de involucrarme más en la vida de mi hijo, de demostrarle que yo también estaba presente, que no era solo una madre que vivía trabajando.
A la mañana siguiente, noté que Óscar había olvidado su mochila en casa. Me pareció que era la oportunidad perfecta. Podría llevársela al jardín de infantes y demostrarle que también podía estar ahí para él.
Cuando llegué al jardín, una joven maestra me detuvo en la entrada
—¿En qué puedo ayudarla?
—Vengo a ver a Óscar. Soy su madre.
Las cejas de la maestra se alzaron en señal de sorpresa.
—¿La mamá de Óscar? Pero... ¿su mamá no está ya aquí?
Sus palabras me dejaron helada. Cuando por fin reaccioné, seguí su mirada, y ahí lo vi: Óscar jugaba con una pelota en el patio, acompañado por... ¿Raquel?
Sentí que la sangre se me subía a la cabeza de golpe. ¿Qué hacía ella allí?
Alba gruñó dentro de mí, murmurando:
—Es esta mujer otra vez... ¿por qué actúa de forma tan sospechosa?
Pero me obligué a mantener la calma.
—Debe ser un malentendido —le dije a la maestra, intentando sonar tranquila—. Yo soy la verdadera madre de Óscar. Le mostré la mochila de Óscar como prueba—. Se la olvidó en casa y vine a traérsela.
La maestra parecía dudosa.
—Permítame preguntar a Óscar —dijo, a continuación, girándose hacia el patio—. ¡Óscar! ¿Puedes venir un momento, por favor?
Mi hijo detuvo la pelota y, al principio, me miró alegremente. Sin embargo, cuando me reconoció, su expresión cambió por completo, volviéndose seria. Ese gesto me rompió el corazón.
—Óscar, cariño —le preguntó la maestra con delicadeza—. ¿Esta señora es tu mamá?
—Claro que no —le respondió Óscar con firmeza, negando con la cabeza. Su vocecita se alzó por todo el patio. —¿Acaso no es obvio? Mi mamá está aquí conmigo. Raquel es mi verdadera mamá. ¡Es la única mamá que tengo!
Los susurros comenzaron de inmediato. Otros padres que esperaban cerca empezaron a señalarme y murmurar:
—¿Viste a esa mujer?
—Sí. Quiere hacerse pasar por la madre del hijo de Raquel...
—Hay gente realmente delirante...
Sentí cómo mi rostro se palidecía, al darme cuenta de la imagen que estaba proyectando. Para todos ellos, yo era simplemente una extraña intentando arrebatarle su hijo a Raquel.
La maestra se aclaró la garganta, incómoda.
—Quizá hubo un malentendido... Óscar —insistió de nuevo, deseando asegurarse—. ¿Estás completamente seguro?
Mi hijo aprovechó la oportunidad para descargar toda su frustración.
—¡Raquel es mi verdadera mamá! ¡Mi única mamá! ¡No quiero a nadie más!
Cada palabra fue una puñalada directa al pecho. Mis manos temblaban mientras le entregaba la mochila a la maestra.
¿Cómo habíamos llegado a esto? ¿En qué momento había perdido tanto terreno en su corazón como para que mi propio hijo negara frente a todos? Los demás me miraban como si intentara robar un niño ajeno.
Definitivamente, algunas heridas sentimentales son más profundas que cualquier herida física.
Los murmullos continuaban a mi alrededor como un zumbido insoportable. No sabía cómo podría probar mi identidad en ese momento. ¿Tendría que volver a casa por el certificado de nacimiento? De pronto, sentí cómo las lágrimas se me acumulaban en los ojos mientras me giraba, dispuesta a abandonar aquel lugar que solo me había traído vergüenza.