Mi Excompañero y Mi Hijo Me Suplicaron Regresar
Mi Excompañero y Mi Hijo Me Suplicaron Regresar
Por: Jessica HJ
Capítulo 1 Deseo de Cumpleaños
Olivia

—Quiero que Raquel sea mi mamá.

Ese día celebrábamos el quinto cumpleaños de mi hijo Óscar, y sentí cómo mi corazón se hacía trizas al escuchar su deseo. De pie frente a su pastel de cumpleaños, su pequeña voz sonó clara y decidida:

—Quiero que Raquel sea mi mamá.

Sus palabras me golpearon como un puñetazo directo al pecho. Raquel, la secretaria de Diego, mi pareja, era la mujer que últimamente pasaba cada vez más tiempo con mi hijo.

Como Jefa de Sanación de la Manada Luna Sangrienta, mi agenda siempre estaba saturada. Nuestra manada dependía de mis habilidades curativas, y los ingresos que generaba eran los que mantenían a flote a nuestra familia. La empresa de medicina para licántropos que Diego dirigía no estaba pasando por su mejor momento, así que la mayoría de nuestros gastos los cubría mi salario.

Por ello había tuve que hacer sacrificios. A veces, le pedía a Raquel que ayudara con la recogida o la entrega de Óscar en la escuela. Sabía que él le tenía cariño, pero esto... esto era algo completamente distinto.

—Cariño —empecé a explicarle, con la voz apenas audible—. Sabes que eso no puede ser así...

Estaba a punto de explicarle que uno solo puede tener una madre cuando la puerta se abrió de golpe.

Diego entró, seguido de Raquel, quien traía en las manos un pastel bellamente decorado con crema de mantequilla. El estómago se me encogió al verlos.

—¡Feliz cumpleaños, mi precioso niño! —dijo Raquel, con su voz empapada de dulzura y su sonrisa perfecta iluminando su rostro. Noté que llevaba puesto un vestido nuevo, exactamente del tono de azul que Óscar había declarado recientemente como su color favorito.

El rostro de Óscar se iluminó como una luna llena.

—¡Raquel! —gritó de felicidad, corriendo hacia ella y casi tirando el pastel de sus manos. Mientras yo sentía que un par de garras me desgarraban el corazón—. ¡Viniste! ¡Y me trajiste un pastel especial!

—Claro que sí, angelito —le respondió Raquel, equilibrando el pastel con una mano mientras le acariciaba el cabello con la otra—. Recordé que dijiste que querías un pastel de crema de mantequilla como el que vimos en la vitrina de la panadería.

—¡Eres la mejor, Raquel! Mejor que... —Óscar se detuvo, pero yo escuché en mi cabeza lo que había callado: «mejor que mamá».

Mi estómago se retorció. Óscar era gravemente alérgico a la crema de mantequilla. Justo por eso había tomado un raro día libre para hornearle un pastel de frutas, sin crema. La última vez que había consumido crema por accidente, terminamos en la sala de emergencias porque apenas podía respirar.

—Óscar, cariño —le dije—. Tenemos que hablar sobre el pastel.

—¡Pero, mamá! —Hizo un puchero—. ¡Raquel lo trajo especialmente para mí!

Raquel colocó el pastel sobre la mesa; su expresión era la viva imagen de la inocencia.

—¿Oh? ¿Hay algo malo con el pastel?

—Óscar es alérgico a la crema de mantequilla —le expliqué, esforzándome por mantener la calma en mi voz. —Por eso me tomé el día libre para hacerle un pastel de frutas.

—¡Dios mío! —exclamó Raquel, llevándose su mano al pecho—. ¡No tenía ni idea! Diego nunca me mencionó nada... —Le lanzó a Diego una mirada que lo hizo moverse incómodo.

—Está bien —le dije, aunque claramente no lo estaba—. Óscar, ¿recuerdas lo que pasó la última vez? ¿Recuerdas que terminaste en el hospital?

—¡No me importa! —me gritó, estampando su pequeño pie contra el suelo, con lágrimas brotando de sus ojos—. ¡Quiero el pastel de Raquel! ¡Tú sólo estás celosa porque ella es más buena que tú! ¡Ella me deja hacer cosas divertidas!

—Las cosas divertidas no sirven de nada si no puedes respirar, Óscar —solté, más cortante de lo que pretendía.

—¡Eres mala! ¡Siempre eres mala conmigo! —Su rostro enrojeció de rabia. —¡Nunca me dejas hacer nada! ¡Siempre estás demasiado ocupada curando a los estúpidos miembros de la manada como para jugar conmigo! ¡Y ahora que Raquel quiere hacer algo divertido, tú dices que no!

Cada palabra fue como un golpe directo a mi corazón. Alba gruñó dentro de mí, luchando entre el instinto protector y el dolor materno.

—Yo solo quiero... —empecé a decirle.

—¡Te odio! —gritó Óscar, interrumpiéndome, con su pequeño cuerpo temblando—. ¡Ojalá no fueras mi mamá! ¡Ojalá Raquel fuera mi mamá! ¡Ella me dejaría comer lo que yo quiera!

Sus palabras me helaron la sangre. ¿Mi hijo de cinco años me odiaba? ¿Todo porque intentaba protegerlo?

Raquel se arrodilló junto a Óscar, abrazándolo con ternura.

—Shhh, angelito. No digas cosas así. Tu mamá te quiere mucho —le dijo con voz suave, pero sus ojos se encontraron con los míos por encima de la cabeza de Óscar, destilando un brillo triunfal, antes de incorporarse, con Óscar aún aferrado a ella, murmurando—. Creo que… Quizás debería irme. No quería causar tanto alboroto en tu día especial, precioso.

Volvió a acariciar su cabello, y él presionó su carita contra su cuello, llorando desconsoladamente.

—¡No te vayas! —le suplicó, su voz amortiguada contra el vestido de diseñadora de Raquel—. ¡Por favor, quédate!

—Lo siento mucho —dijo Raquel, fingiendo estar emocionada—. Me siento terrible por toda esta situación. Solo quería que tu cumpleaños fuera especial. —Se desprendió cuidadosamente de Óscar y se alisó el vestido—. Quizá en otro momento, cuando todo esté... más tranquilo.

Tras decir esto, se fue, llevándose consigo el corazón de mi hijo, mientras Diego se quedaba congelado entre nosotros, con el rostro lleno de conflicto.

Óscar se desplomó en el sofá, sollozando.

—¡Te odio, te odio, te odio!

Cada palabra suya era como una daga clavándose en mi pecho. Me quedé de pie, paralizada, viendo cómo mi hijo lloraba desconsolado por otra mujer que acababa de abandonar su fiesta de cumpleaños. Había enfrentado incontables emergencias como Jefa de Sanación, pero jamás me había preparado para este tipo de dolor.

Diego se acercó, colocando una mano cálida sobre mi hombro.

—Olivia, solo tiene cinco años. No entiende lo que dice.

—Parecía entenderlo perfectamente —susurré con la voz rasposa.

—No, no lo entiende —insistió Diego, girándome para que lo mirara de frente—. Es un niño que solo quiere un pastel y no entiende por qué su madre no se lo permite. Eso es todo.

Miré sus ojos esmeraldas, tan parecidos a los míos.

—¿De verdad? Porque para mí se siente como algo mucho más profundo.

—Confía en mí —me dijo Diego, apretándome suavemente el hombro. —Mañana se despertará y apenas recordará esto. Los niños son así.

Poco a poco, los sollozos de Óscar se transformaron en suspiros, y luego en la respiración pesada del sueño, mezclado con agotamiento. Diego lo cargó cuidadosamente y lo llevó a su habitación, dejándome sola con los restos de una celebración arruinada.

Empecé a limpiar de manera automática. Recogí los papeles de regalo rasgados, guardé el pastel de frutas que había pasado horas preparando, y recogí todo lo que había preparado para la fiesta.

Fue entonces cuando mi celular vibró con una notificación. Raquel había publicado nuevo contenido en sus redes sociales. Era una foto tomada más temprano ese día. Ella, Diego y Óscar estaban en la heladería favorita de la manada, sonriendo brillantemente a la cámara.

Óscar llevaba puesta la camiseta de cómic de lobos que le había comprado justo antes de su cumpleaños, la misma que ya no tenía puesta cuando regresó a casa.

El pie de foto decía: «La felicidad está en este momento.»

Me quedé mirando la foto hasta que mi visión se nubló, observando la brillante sonrisa de mi hijo, esa que ya no parecía tener para mí, y que ahora reservaba para Raquel.

Algunas heridas, al parecer, estaban más allá incluso del poder sanador de una Jefa de Sanación.

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