—Lo sé, siempre lo he sabido. ¿Pero qué importa?
Urrutia temblaba incontrolablemente, casi histérico. —Preferiría esto a que mi hija sufra algún tipo de daño. ¡Su situación actual es muy peligrosa! Habíamos logrado devolver su vida a la normalidad, todo estaba bien, ¡y ustedes volvieron a convertirlo definitivamente en un desastre! ¡Casi pierde la vida por su culpa!
Ustedes, estos capitalistas que están por encima de todos, como se atreven a entrometerse en la vida de los demás. ¿Quiénes son ustedes?
Clara sintió un fuerte pinchazo en el corazón. Su mente estaba llena de respuestas para rebatir a Urrutia, pero en ese momento, su garganta estaba obstruida por una abrumadora sensación de injusticia y culpa. A pesar de sus mil pensamientos, se quedó en completo silencio.
—Eres demasiado ingenua.
Alejandro, con los cinco dedos articulados, sostuvo a Clara, cintura temblorosa. Su rostro apuesto estaba calmado como el agua, como un dios mirando desdeñosamente las penurias terrenales. —El hec