A Miranda le pareció que el silencio era insoportable. Tras aguantar un momento, finalmente dijo, con voz algo forzada:
—Ana… se me perdió mi lipstick. ¿Me acompañas a comprar uno?
Ana, tomada por sorpresa, no supo cómo reaccionar.
Miranda era una mujer de acción. Se levantó de un salto, tomó su bolso y jaló a Ana del brazo, arrastrándola fuera del departamento.
La puerta de seguridad de metal se cerró con un rechinido, dejando a Beatriz y a Guillermo solos en el interior.
La luz del sol de la tarde entraba silenciosa. El último aroma de las flores de finales de verano se colaba con la brisa, trayendo consigo un leve olor a óxido, tan familiar que le daba a uno la extraña sensación de haber viajado en el tiempo.
Guillermo recordó una tarde soleada muy parecida a esta. Se había despertado temprano de la siesta, ansioso por ir a comprar un cómic.
Antes de salir para la escuela con su mochila, quiso pasar al cuarto principal para ver a su hermanita, pero al acercarse a la puerta, escuchó