Lo más penoso del mundo no es que tu esposo, con el que apenas convives, te cache en pleno momento íntimo en el baño; es que, después de semejante bochorno, tengas que fingir demencia y pedirle que te pase tu ropa interior.
Esto provocó que el camino de regreso por el callejón transcurriera en un silencio sepulcral.
Guillermo estaba tan desconcertado por la situación con Miranda que se sentía un poco aturdido. Intentó revisar unos documentos en el carro, pero en cuanto los abrió, una especie de pantalla mental le repetía la magna obra de la gran rapera Cifuentes.
En cuanto a Miranda, seguramente la pena la tenía sin palabras. Mantuvo los ojos cerrados todo el trayecto, con la cabeza vuelta hacia la ventanilla.
Al llegar por el callejón, la pareja, que no había cruzado palabra, recuperó como por arte de magia su instinto actoral. Se tomaron del brazo con una sincronía perfecta y sonrisas encantadoras, la viva imagen de un par de tortolitos.
Miranda, en particular, al saber que vendrían