Guillermo solo respondió con un distante “ah” y volvió a sus documentos.
¿Ah?
¿¿Ah??
¿¿¿Ah???
Miranda lo miró fijamente durante diez segundos, incrédula. Verlo tan tranquilo y despreocupado mientras ella se sentía agotada y a punto del colapso la sacó de quicio.
De repente, se volteó y, con un movimiento rápido y ágil, subió ambas piernas sobre el regazo de él.
—Me duelen. Dame un masaje.
Lo dijo con un tono tan autoritario que Guillermo, al mirarla, no supo si era un capricho o una orden.
Ella, por su parte, después de dar la orden, lo ignoró por completo y se puso a jugar con su celular.
Él bajó la vista hacia sus piernas y se quedó inmóvil un momento.
—¡Me duele! ¡Duele, duele, duele! —insistió ella, movi