—Desde que me dijeron... lo de mis tíos... —tuve que tomar aire antes de continuar—. No sabía qué pensar. Estaba confundida. En shock. Pero ahora... ahora sé que es real. Están muertos. De verdad.
Leo asintió despacio, instándome a continuar.
—Cuando salimos de la comisaría —proseguí—, sentí alivio. No solo porque me soltaron. Sino porque... —tuve que hacer una pausa para organizar mis ideas—. Sentí alivio de que ellos realmente estuvieran muertos.
La cara de Leo estaba en blanco, asimilando la barbaridad que acababa de decir.
—Me siento una m****a, Leo —confesé—. No sé cuántas veces desee que desaparecieran de mi vida. Que dejaran de existir. Y ahora que lo hicieron... siento alivio. Y me odio por eso. ¿Qué clase de persona siente alivio por la muerte de alguien?
Leo tomó mi mano entre las suyas, escudriñando mi rostro.
—¿Sentiste alivio? —repitió, inseguro.
—Sí —apreté su pulgar, hecha un lío.
Él inspiró lento, profundo. Luego me abrazó.
—Escúchame, Vera. No te juzgo. Nadie