Con lo que no contaba Mía era que Morgan tenía las piernas bastante largas. Se abrazó del cuello de Ivar y pateó el celular que salió volando, haciendo una parábola hasta caer en uno de los tazones con ponche.
—¡Mi teléfono! —gritó Mía iracunda.
—¡Ja! ¡Pobre estúpid@! —se burló Morgan divertida y entre risas.
—¡Morgan! —exclamó Ivar. Ni siquiera Harold le había hecho alguna vez un espectáculo tan infantil.
—¿Lo siento? —inquirió Morgan apenada, con el rostro de Ivar tan cerca que se sonrojó—. ¿Cómo puedo sentir remordimiento si me ves con esos hermosos ojos