Ivar tomó a la niña con ternura y una vez dentro del auto, no paró de jugar y platicar con ella, fascinado por cada movimiento y cada expresión.
—¿Cómo está Harold? —preguntó Morgan pensativa.
—Extrañándote… —contestó Ivar melancólico—. Tu partida no solo me rompió el corazón a mí…
Después de ver el puchero que Morgan hizo al imaginarse a Harold triste, Ivar prosiguió:
—…¿Quieres visitarlo? Creo que le gustará conocer a su hermana. ¿Qué dices Eyra? ¿Quieres conocer a tu hermano mayor?
—¡Ti! —exclamó la niña emocionada.
—Eyra… Tú a todo le dices que sí —dijo Morgan acariciando la mejilla regordeta de su hija, enternecida. Ella no sabía de rencores ni venganzas.